Comentario
Fundación de Villarrica de la Veracruz
A esta sazón estaban ya los navíos detrás del peñón; fue a verlos Cortés y llevó muchos indios de aquel pueblo rebelado y de otros de allí cerca, y los que traía consigo de Cempoallan, con los cuales se cortó mucha rama y madera, y se trajo, con alguna piedra, para hacer casas en el lugar que trazó; al que llamó Villarrica de la Veracruz, como habían acordado cuando se nombró el cabildo de San Juan de Ulúa. Se repartieron los solares a los vecinos y regimiento, y se señalaron la iglesia, la plaza, las casas de cabildo, cárcel, atarazanas, descargadero, carnicería, y otros lugares públicos y necesarios al buen gobierno y policía de la villa. Trazóse asimismo una fortaleza sobre el puerto, en sitio que pareció conveniente, y se comenzó en seguida, tanto ella como los demás edificios, a labrar de tapicería, pues la tierra de allí es buena para esto. Estando muy metidos en construir, vinieron de México dos mancebos, sobrinos de Moctezuma, con cuatro hombres ancianos, bien tratados, por consejeros, y muchos otros como criados y para servicio de sus personas. Llegaron a Cortés como embajadores, y le presentaron mucha ropa de algodón, bien llena y tejida, algunos plumajes agradables y raramente trabajados, algunas piezas de oro y plata bien labradas, y un casquete de oro menudo sin fundir, sino en grano, conforme lo sacan de la tierra. Pesó todo esto dos mil noventa castellanos, y le dijeron que Moctezuma, su señor, le enviaba el oro de aquel casco para su enfermedad, y que le diese noticia de ella. Le dieron las gracias por haber soltado a aquellos dos criados de su casa, y prohibido que matasen a los otros; que estuviese seguro que lo mismo haría él en cosas suyas, y que le rogaba hiciese soltar a los que aún estaban presos, y que perdonaba el castigo de aquel desacato y atrevimiento, porque le quería bien, y por los servicios y buena acogida que le habían hecho en su casa y pueblo; pero que ellos eran tales, que pronto harían otro exceso y delito, por donde lo pagasen, todo junto, como el perro los palos. En cuanto a lo demás, dijeron que como estaba malo, y ocupado en otras guerras y negocios importantísimos, no podía declararte al presente dónde o cómo se viesen; mas que andando el tiempo no faltaría manera. Cortés los recibió muy alegremente, y los aposentó lo mejor que pudo, en la ribera del río, en Chozas y en unas tiendecillas de campo, y envió luego a llamar al señor de aquel pueblo rebelado, llamado Chiauiztlan. Vino, y le dijo cuánta verdad le había dicho, y cómo Moctezuma no osaría enviar ejército ni causar enojo donde él estuviese. Por tanto, que él y todos los confederados podían de allí en adelante quedar libres y exentos de la servidumbre mexicana, y no acudir con los tributos que solían; mas que le rogaba no lo tuviese a mal si soltaba los presos y los daba a los embajadores. Él le respondió que hiciese conforme a su voluntad, que, puesto que de ella pendían, no excederían un punto de lo que mandase. Bien podía Cortés tener estos tratos entre gente que no entendía por dónde iba el hilo de la trama. Volvióse aquel señor a su pueblo, y los embajadores a México, y todos muy contentos; porque él esparció después aquellas noticias y el miedo que Moctezuma tenía a los españoles, por toda la sierra de los Totonaques, e hizo tomar armas a todos, y quitar a México los tributos y obediencia; y ellos tomaron sus presos y muchas cosas que les dio Cortés, de lino, lana, cuero, vidrio y hierro; y se fueron admirados de ver a los españoles y todas sus cosas.